“Hay que querer a los hijos incondicionalmente. Se trata de uno de los descubrimientos más recientes e impactantes de los mecanismos afectivos. La manera más expeditiva de poner remedio a tanto desgobierno sentimental y a la depredación afectiva consiste, precisamente, en aceptar de una vez por todas que sin amor incondicional no hay proceso de aprendizaje posible. No hace falta descubrir la pólvora y dar con la mezcla ideal de recompensa y castigo para el aprendizaje. Querer a los hijos incondicionalmente no significa querer todos sus actos, sino hacerles sentir que existe un lugar, su hogar, donde son amados y protegidos por lo que son intrínsecamente. Verá como todo empieza a funcionar de una manera distinta.”
¡Parece una obviedad pero no lo es¡
No sólo no hay amor incondicional en los miles de padres que abusan de sus hijos, tampoco lo hay en los millones de padres pacíficos que amamos a veces más nuestra propia comodidad, la disciplina y ciertas normas sociales que a nuestros hijos.
No hay amor incondicional en no darle de mamar amamantarlo con lactancia materna ni siquiera 1 día de vida y pedir voluntariamente la inyección/pastilla para cortar la leche, no hay amor incondicional en dejarle llorar en una cuna sin consolarlo, no hay amor incondicional en exigirles comportamientos de independencia impropios de su edad, no hay amor incondicional (ni comprensión sobre sus necesidades) en separarlos voluntariamente de sus padres largas horas en los primeros meses, etc.
¿Por qué creeis que San Agustín dijo: “dadme otras madres y cambiaré el mundo“? En la crianza con amor incondicional está el gran cambio de la Humanidad.
El peculiar científico Eduard Punset acaba de lanzar su último libro El viaje al amor, en el que habla de la importancia del amor de los padres hacia el hijo durante los primeros años de vida.
Según Punset, el amor que brindamos a nuestros hijos en edades tempranas determina su amor adulto y su forma de encarar las relaciones afectivas en el futuro.
En su ensayo sobre el amor dedica una parte especial a la infancia, ya que dice, y coincido plenamente con él en ese sentido, que el amor adulto se fragua en el entorno maternal en ese período de la vida.
Para quienes crean que al bebé no le pasa nada por dejarlo llorar en la cuna, las palabras del científico les sorprenderán.
Dice que está demostrado que el bebé abandonado en la cuna, desamparado en la oscuridad siente la misma desprotección y utiliza los mismos mecanismos cerebrales que el adulto frente al desamor.
A lo mejor los adultos podemos recordar ese enorme vacío que produce el desamor para comprender al bebé que nos reclama insistentemente en la cuna.
No acudir a atenderlo podría tener consecuencias más graves de lo que creemos, pues como comenta Punset en su libro, si el bebé recibe amor y contacto táctil con los padres durante los dos primeros años de vida crece con mayor confianza en sí mismo y genera una autoestima que le acompañará durante el resto de su vida.
EDUARDO PUNSET
De mamas a tiempo completo S.A.
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