martes, 17 de marzo de 2009

No sin papá

NO SIN PAPÁ
No dudo que en algunas ocasiones papá hubiese deseado tener tetas, tetas con leche, claro. Y lo sé por el modo en que a veces nos mira a mamá y a mi cuando mamo o cuando voy en su busca gateando para chupar. Esa carita de bobo que se le pone le delata.
Bueno, ésta es mi historia de niña enganchada a una teta, mi teta.
Nací hace once lunas de un bonito y respetado parto natural en casa, donde mamá y papá habían planeado mi recibimiento. Cuando salí del vientre cálido de mi madre lo primero que hice fue mirarla a los ojos, los ojos con los que siempre había soñado y lo segundo, lo segundo fue agarrarme a su teta derecha. Ese olor que desprendía -ummm- me recordaba a mi recién dejado hogar.
Desde esa posición podía mirar a mamá pero, ¡¿quién asoma la cabeza por detrás de su hombro!? ¡¡Es papá!!
Desde ese momento papá siempre ha estado ahí, detrás, callado...- bueno, a veces no tanto, diría mamá...- sosteniendo a mamá siempre y sosteniéndome a mi algunas veces para que mamá descanse.
Y es que yo nací con muchas ganas de chupar y la leche de mamá es tan rica, tibia y dulce... que nada más nacer estuve 24 horas seguidas de maratón ¡no exagero!, preguntadle a ella. No me despegué de las tetas ni un instante ¿y donde estaba papá?.
Papá traía rica fruta y comida a mamá. Papá jugaba como loco con mis hermanos, que tengo tres eh? Papá ponía velas en donde estábamos, música tranquila y alguna varita suave de incienso y muchas veces daba masajes a mamá en su espalda, en su cuello o en la cabeza. ¡Era un placer sentirse tan cuidada!
Mamá y papá estaban de acuerdo en que la lactancia iba a ser a demanda, sin ninguna restricción y no sólo a mi demanda, también a demanda de mamá, porque muchas veces a ella le chorreaba la leche y yo encantada de ayudarla. Estaban de acuerdo en que no había nada mejor para mí ¡cómo lo saben! Y se pusieron manos a la obra para promover y facilitar las cosas.
Uno de los cambios más importantes para ellos es que quisieron que yo durmiera con ellos. Sí, en medio de papá y de mamá, sintiendo su calor, su respiración que a veces me hacía cosquillas y oliendo ummmmm, oliendo el pecho de mamá, el que con un pequeño achuchón tenía en mi boca cuando quería. Todas las noches, durante estas once lunas he dormido con ellos. Yo no sé lo que es una cuna ¡gracias a Dios!
También es verdad que mis padres ya no se rozan en la cama, pero digo yo que se rozarán en otro sitio. Y aunque mamá ya no tiene tantas ganas como antes, papá la mira tiernamente a los ojos y con un suave beso le dice lo bonita que es y todo lo que la quiere.
Muchas mañanas mamá está casi en coma, tan cansada que no puede levantarse, así que papá me coge despacito y callandito y salimos de la habitación para que pueda dormir un poco más. ¡Eso mamá lo agradece muchísimo!
En esos ratos me lo paso en grande con papi. Él me cambia el pañal de la noche que ya me viene pesando y después hacemos ejercicios y gimnasia ¡es divertidísimo! Me estira la piernas y los brazos. Al principio no me gustaba mucho que me estirara los brazos, pero ahora me encanta. Me voltea, me hace piruetas y ahora que ya he aprendido hacemos carreras de gateo ¿Quién creéis que gana? Está claro, papá.
Tampoco sé lo que es un carro, nunca me han subido en él. Siempre he estado en brazos o en bandolera, bien pegadita a sus cuerpos y lo han hecho entre los dos. Eso hacía que no me desconectara de sus olores y aumentaba mi deseos de nutrirme ¡Son mis héroes!
Pero no siempre ha sido un camino fácil, ha habido momentos de auténtica crisis en nuestro trío de lactancia.
Recuerdo que a los tres meses, más o menos, me dio un ataque voraz y repentino de hambre de teta. Y día y noche y noche y día quería mamar y mamar. Entonces mamá se estresó, le dolían los pezones y lloraba. Pensó que me quedaba con hambre. Pensó que su leche ya no era suficiente. Pensó en claudicar, en darme biberones, en darme chupetes para que la dejase descansar. Pensó que ya no era capaz, que no podía seguir adelante. Pero papá no la dejó. Así fue. Y mamá se enfadaba con él diciéndole que no la entendía, que estaba muy cansada y que no era justo que la presionara... Pero papá a pesar de todo se mantuvo en su postura, que era la de los dos, pero que mamá había olvidado.
Papá dijo a mamá que era la mujer más fuerte que jamás había conocido, que estaba orgulloso de ella, de todo lo que estaba haciendo, de su entrega y que él no podría hacerlo mejor. Esas palabras eran como magia para mamá, la sostenían para seguir adelante. Además papá se informó y le contó a mamá que lo que estaba sucediendo es que yo estaba pasando por una crisis de crecimiento y que la superaba mamando mucho más y que como yo era muy inteligente pues así hacía.
Papá, que conoce muy bien a mamá, le dijo un día que entendía que ya no pudiese más, que era un superesfuerzo y que si ella lo decidía estaba bien dejar ya la lactancia, que él la apoyaría.
- Nooooo, papa –pensé yo que no entendía que estaba pasando- ¡quiero seguir tomando teta!. Es lo más rico que he probado nunca. Bueno, tampoco es que haya probado muchas más cosas.
Pero a mamá le van los retos y papá lo sabe, y esa forma de hablar la retaban. Así que salimos de aquel bache con su tesón, el soporte de papá y mi manera singular de exprimir a mamá.
Pasamos otro momento difícil cuando me salieron los dientes. Pues sí, lo que estáis pensando, me dio por morder a mami. Yo no sabía que eso le dolía pero no tardé en aprenderlo porque mamá se sobresaltaba quitándome a lo bruto de la teta, a veces lloraba de dolor y miraba a papá diciendo:
– Si me sigue mordiendo así voy a tener que dejar de darle teta.
Y aunque seguí un tiempo mordiendo -¡es que están para comérselas!- nunca cumplió su amenaza. ¡Qué buena es!
Desde que me salieron los dientes que me llaman la atención las cosas que comen los mayores. Así que papá me ofrece trozos de plátano que puedo morder sin que nadie me diga -¡eso no, que me duele!- Y también me ha dado a probar arroz con zanahoria y mijo con calabaza. Me gusta pero no voy a renunciar a mi rica leche, no, todavía no. El mundo está lleno de sabores pero yo tengo mi preferido y no cambio lo por nada.
Ahora estamos en otra crisis. Sobre todo por la noche yo me engancho a mami y no la suelto, no sé, no puedo evitarlo. Mamá empieza a tener ojeras pero está contenta de que con once meses de lactancia se le siga saliendo la leche y le pringue las camisetas. Dice que le conecta con su naturaleza y con la Madre Tierra. ¡Qué rara es mamá!
Tanto mamá como yo sabemos que si papá no hubiese estado tan pendiente de nosotras dos no lo habríamos superado.
Dicen que el destete lo voy a decidir yo. ¡Pues que sepan que no tengo ninguna prisa!
Gracias mamá por tu entrega, gracias papá por tu sostén.

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