Hace una semana, uno de mis nenes, Yeray de cinco añitos amaneció con fiebre. Llevaba rarito unos días pero no se le veía síntoma alguno. A mi la fiebre ya no me asusta demasiado, en casa no tenemos ni termómetro, y es que ya tengo muy integrado que el cuerpo genera este calor para librarse del “bichito” que se haya instalado cómodamente. Pasaron tres días de fiebre y Yeray no se quejaba de nada, ya empezó a parecerme un poco raro. De repente le pedí que abriera la boca para verle la garganta (juas, menuda experta yo) pero me quedé de piedra. No podía entender como no se quejaba. Tenía las amígdalas enooormes, jamás había visto unas así (y tengo cinco cocos) y además las tenía llenas de pintitas blancas.
Bueno pensé, si con tres días de fiebre esto está así lo tenemos jodido.
Pedí ayuda a Sunie, ayuda moral, logística, no sé, algo, porque me estaba dando un deseo enorme de bajar al peque a urgencias… no le pillé muy bien porque no recibí lo que pedía, así que llamé a su papá al trabajo y le dije lo que pasaba y que me parecía que lo mejor era bajarlo a urgencias.
Imagino que se asustaría un poco porque para que su madre quiera que lo vea un médico jodido jodido, así que más rápido que canta un gallo, salió del curro, nos recogió y allí nos presentamos, en las urgencias del hospital.
Mira que me trae malos recuerdos y mal rollo a mí ese sitio… y sé que es sobre todo porque me aniña, me roba mi poder, me quita mi fuerza, me doblega… sé que ese es el fondo de la cuestión. Ya no soy la misma en cuanto empiezo a ver batas blancas, o verdes, o del color que sean. Allí, hasta la persona que empuja las camillas sabe más que yo.
Nos llamaron pronto y en una consulta nos tomaron los datos y le tomaron la temperatura, 38’5. Nos preguntaron si le habíamos dado algo para bajarla y pensé allá vamos… dije que no, que preferíamos no bajarla para que el cuerpo hiciese su trabajo. Ejem, la señorita, que no sé si era médico o qué, nos indicó que no era necesario hacerle pasar un mal trago al niño con esa fiebre y nos volvió a enviar a la sala de espera. Al poco rato nos volvieron a llamar. Ahora si, una pediatra mayor (pensé yo, como es mayor seguro que me entiende mejor) volvía a anotar porqué estábamos allí. Tras explicar que llevaba varios días de fiebre y que se le veían muy inflamadas las amígdalas pidió un supositorio de paracetamol para bajarle la fiebre. De nuevo trago saliva y cojo aire.
- Nosotros preferimos no bajársela (con menos fuerza que un mosquito pero lo dije)
- Anda y eso por qué, no tiene sentido hacerle pasar un mal rato a ese niño
Y mira a la enfermera o lo que fuese y le indica que lo traiga (el supositorio). Yo vuelvo a insistir que creemos que es mejor que la fiebre haga su trabajo y la pediatra me indica que no es solo para bajarle la fiebre sino también para quitarle el dolor.
Si mi niño no se queja de dolor (pensé) pero ya no tuve fuerza para más. Para más inri, me dieron el supositorio para que se lo pusiera yo y allí me vi poniendo a mi hijo un antitérmico contra mi voluntad.
Yeray, que en su vida había visto uno de esos me pregunta que eso que es, que parece un cohete y el pobre no se puede creer que eso se lo tenga que meter por el culete... teníais que haberle visto la carita. Pues bueno, cuando se lo puse le volvió a salir escapado y tuve un conato de tirarlo disimuladamente y no volverlo a intentar pero no me atreví, tragué y el dichoso supositorio se fue para dentro en el segundo intento.
No me dicen diagnóstico pero me voy con las recetas de antibiótico cada ocho horas, antitérmico cada ocho horas intercalado con los supositorios cada cuatro si no baja la fiebre. Todo sigue igual, pensé, igual que cuando era asidua de urgencias con mis dos primeros hijos. El mismo protocolo, los mismos medicamentos.
En fin salí de allí con mi autoestima bastante tocada por no haber sido asertiva y sin saber si aquello de la garganta era producido por un virus o una bacteria. Que era para lo que yo acudí allí, porque si es virus mi hijo no prueba un antibiótico que no le iba a servir para nada, bueno si, para fastidiar sus defensas.
Como no lo supe llegué a casa con intención de dárselo pero en casa ya me esperaba un Sunie preparado y con la fuerza que yo le había requerido antes. Con el libro del Dr. Mendelson en la mano “Como criar a su hijo sano a pesar de su médico” me animó a que no le diera semejante bomba de relojería (me refiero al antibiótico, que ya había comprado) a mi Yeray y que siguiéramos cuidándolo con mimos, brazos y mucho líquido, como ya estábamos haciendo.
Respiré profundo pensando que su padre iba a pensar que estaba loca y así hicimos.
Al día siguiente le volvió la fiebre y en la noche ya no le volvió a aparecer. Su cuerpo, el cariño, gotitas de propóleo y muchas infusiones de tomillo y equinacea han hecho que sus amígdalas vuelan a su estado natural.
El antivida no nos hizo falta en esta ocasión y los dos salimos fortalecidos de esta.
Me alegra leer que el peque está mejor...cómo te entiendo..qué complicado que es todo...un abrazo fuerte
ResponderEliminarMe alegro de que ya está mejor. Si es que en urgencias se empeñan en tapar enseguida los síntomas, pero claro, es que la mayoria de gente si no ve resultados inmediatos nos queda conforme. Yo tampoco soy de darles a la primera de cambios medicacion, a no se rque les vea muy mal o doloridos.
ResponderEliminarBesitos
Gracias María, Gracias Yasmin.
ResponderEliminarSi, el peque está genial... con sus hermanos lo tengo haciendo truco o trato esta tarde noche.
Aprovecho para desearos una bonita noche.
Dara